viernes, 10 de diciembre de 2010

Pasteles y Pinturas

Enrique tiene dos papás.
Bien temprano en la mañana se despierta, cepilla sus dientes y va a despertar a sus padres, se hace espacio en la cama y lo reciben siempre con sonrisas y cosquillas. La dulce pareja (José y Francisco) siempre prepara el desayuno con delantales de dibujos tontos y divertidos que hacen reír a Enrique, quien luego de comer y vestirse, corre alegremente hacia el jardín, a revisar las flores blancas que ha plantado en el jardín junto a sus papás. Luego, espera su transporte escolar.


Francisco suele pintar en la parte trasera de la casa, mientras José es repostero. Francisco es un asesino, mata a pinceladas lienzos indefensos en los que dibuja desde barcos y mujeres con cabellos largos hasta hermosos paisajes verdes y naranja. José expresa su dulzura horneando hermosos pasteles para diversas ocasiones.


Cinco años son suficiente tiempo para entender que no sabes vivir sin esa persona, pero, como en esta situación, tampoco con ella.


José ha cometido errores y lo sabe muy bien, pero por más que muestre sus lados más crudos y su apenado rostro, Francisco no sabe olvidar y mucho menos perdonar.


El almuerzo es peleas con café. Que si él, que si tú, que si el otro. Las discusiones siempre han terminado en la cama, muy bien. Pero hoy es diferente y entre gritos y muñecas apretadas por las manos de quien más amas, la sangre comienza a correr por la frente de José. Oye, Francisco, ¿este es el amor del que tú hablas? ¿De usar tu fuerza bruta para derrumbar a quien le has compartido tus sueños?


El pequeño Enrique baja de su transporte escolar, con una hoja doblada en las manos y en vez de recibirlo papá José, como siempre, lo recibe la luz roja de una ambulancia estacionada frente a su casa.


- ¿Qué ha pasado papá?

- Pequeño, – Francisco con lágrimas en los ojos, intenta buscar las palabras – hay cosas que nadie sabe explicar.


¿Y cómo explicar a un niño de 8 años que la mitad de su corazón ha aniquilado sin querer a la otra mitad?


Lágrimas que inundan la almohada azul, de la cama azul, de la habitación azul de Enrique. Recuerdos que son pequeños alfileres que no saben dar explicaciones, pero saben muy bien como pinchar. Papá, ¿por qué te has ido y no me has enseñado a volar?


Aunque Francisco diga que la verdad es que se calló en las escaleras, Enrique conoce muy bien la situación, porque ha sido testigo de los conflictos que vivían sus padres en la habitación de al lado, por eso, quizá, el niño tampoco ha aprendido a perdonar.


Enrique ha sabido como demostrar su odio hacia su papá y toma tierra mojada y ensucia sus pinturas aún frescas, pero Francisco no es capaz de regañarlo, pues sabe que la reprimenda la merece mucho más él. Él, quien por las noches no sabe dormir, quien tiene los ojos secos de llorar, por su ignorancia, por la pérdida de su soporte, de sus muletas. Ahora arrastra los pasos por los pasillos de una casa vacía, de paredes grises y recuerdos de lo que significaba ser feliz. Francisco, de ahora en adelante, sólo pintará el rostro de su amado José, una y otra, y otra vez.


Enrique tiene un papá.

Y hace más de un año que papá José no hornea pasteles ni galletas para su hijo y su hijo arranca las flores blancas para llevarlas a donde él descansa y con lágrimas en los ojos maldice el día en que nunca pudo enseñarle su dibujo… En creyones de cera, un pastel de chocolate, un barco en un mar azul y tres marineros felices.


Papá, prometiste que al día siguiente iríamos a navegar.

2 comentarios:

  1. sencillamente hermoso...lo ame!

    Daniel Ratti.

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  2. La primera vez que leí este post me gustó MUCHO. Ahora lo vuelvo a leer y me gusta aún más. Creo que prefieres ser poeta (y esas también las disfruto), pero no estaría mal que nos pusieras otra mini-historia como esta.

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